Cuando vemos imágenes por televisión o en fotografías de otras culturas en las que se puede observar el papel de las mujeres, que en todo momento está supeditado al del hombre, donde vemos que se las trata como meros objetos sexuales, como meras reproductoras y criadoras de los hijos que mantendrán la esencia del apellido y de la estirpe, que deben ir y van detrás de los hombres, donde no tienen vida fuera de su entorno social y/o familiar, donde ni tan siquiera tienen futuro profesional, donde no pueden vestir como desean y no tienen derecho a expresar sus emociones e inclinaciones políticas, en esos lugares donde se apela y se exige respeto por sus tradiciones culturales, sociales y religiosas. Cuando observamos esas practicas machistas, sectarias y atrasadas, nos escandalizamos, lo criticamos y llenos de orgullo exigimos sus derechos, enarbolamos la pancarta del feminismo y de la igualdad, porque esos usos y costumbres no se pueden permitir desde el punto de vista de un país moderno y occidental como el nuestro.
Pero verdaderamente deberíamos ser algo menos hipócritas y a la vez un poco más consecuentes con nuestros propios planteamientos, si analizamos con un poco más de detenimiento los hechos y las circunstancias que las envuelven, a la vez que con una relativa distancia y frialdad, será entonces y solo entonces cuando seguramente lo veremos con una mayor transparencia, pero será entonces cuando podremos apreciar que nos encontramos ante hechos similares, alguien puede delimitar la delgada línea que nos separa o las diferencias existentes entre los hechos que hemos relatado en el párrafo anterior, con la conducta católico-occidental del matrimonio tradicional que defienden algunos sectores sociales, en los que el papel primordial de la mujer es el de ser madre y todo lo demás queda supeditado a la figura del varón y padre de familia.
En este mundo del pelotazo, la falsedad y la hipocresía, donde el concepto de felicidad, va ligado exponencialmente a la cantidad de dinero que se posee, que la sabiduría popular lo define claramente con el “tanto tienes, tanto vales”, y el cineasta Woody Allen lo explicaba con una de sus clásicas frases freudianas “el dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que necesitas un especialista muy avanzado para verificar la diferencia claramente”, un mundo donde la felicidad la determinan esas pequeñas cosas: un pequeño cuadro, una pequeña joya, un pequeño yate, una pequeña mansión, en fin una pequeña fortuna. En ese mundo de barbie´s y yuppie´s, donde las barbie´s hacen uso del castizo refrán popular que dice “detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer”, como refrendo de sus actuaciones, su feminismo, su maternidad, con ello tratan de obtener un reconocimiento ante su clase social por sus desvelos y a los ímprobos esfuerzos que realizan para ayudar a sus maridos a lograr el éxito social, político o empresarial, la verdad es que el papel de las barbie´s de ese mundo ha evolucionado muy poco desde los felices años 20, previos al crack del 29, ya Groucho Marx definía a esta clase social de una forma elocuente, sarcástica y mordaz con una frase muy similar “detrás de un gran hombre hay una gran mujer y detrás de ésta su esposa”.
Y después estos mismos sectores conservadores y tradicionalistas que nunca han aceptado los pequeños pasos, que con tanto esfuerzo se han dado para conseguir la igualdad de derechos entre hombre y mujer, ahora con el estimable apoyo de este nuevo gobierno que llega con ganas de rescribirlo todo, con el tiempo veremos donde ha quedado la igualdad de oportunidades culturales y laborales entre ambos sexos, donde quedará la conciliación familiar y laboral, donde quedará el reconocimiento y el apoyo mutuo entre las parejas.
Pero sobre todo no nos engañemos estos sectores no se conforman con estos ataques sobre las mujeres y sus derechos, sus ataques van contra todo lo que suponga libertad, igualdad y solidaridad y contra todos los que no pertenecen a ese reducido club al que ellos pertenecen, y es por esos que me atrevo a recordaros un bello poema, escrito en el 1946, que más de uno lo habrá leído y/o habrá oído del pastor luterano Martín Neimöller, que dice así:
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócratas
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Podéis mantener los afectados de este poema tal y como fue escrito en su momento o bien cambiarlos por mujeres, trabajadores, pensionistas, dependientes, parados, etc, porque la verdad es que lo que es realmente importante es no guardar silencio, protestar y defender nuestro derechos ante cualquier agresión y en cualquier momento, en apoyo de las injusticias porque estamos ante un órdago de los sectores más retrógrados neoconservadores católico a los derechos básicos de nuestro modelo de protección social occidental europeo.